Reflexión
Algunos hombres se dedican a la ciencia, pero no todos lo hacen por amor a la ciencia misma. Hay algunos que entran en su templo porque se les ofrece la oportunidad de desplegar sus talentos particulares. Para esta clase de hombres la ciencia es una especie de deporte en cuya práctica hallan un regocijo lo mismo que el atleta se regocija con la ejecución de sus proezas musculares. Y hay otro tipo de hombres que penetra en el templo ara ofrendar su masa cerebral con la esperanza de asegurarse un buen pago. Estos hombres son científicos tan sólo por una circunstancia fortuita que se presentó cuando elegían su carrera. Si las circunstancias hubieran sido diferentes podrían haber sido políticos o magníficos hombres de negocio. Si descendiera un ángel del Señor y expulsara del Templo de Ciencia a todos aquellos que pertenecen a las categorías mencionadas, temo que el templo apareciera casi vacío. Pocos fieles quedarían, algunos de los viejos tiempos, algunos de nuestros días. Entre estos últimos se hallaría nuestro Planck. He aquí por qué siento tanta estima por él.
Me doy cuenta de que esa decisión significa la expulsión de
algunas gentes dignas que han construido una gran parte, quizá la
mayor, del Templo de la Ciencia, pero al mismo tiempo hay que convenir que
si los hombres que se han dedicado a la ciencia pertenecieran tan sólo
a esas dos categorías, el edificio nunca hubiera adquirido las grandiosas
proporciones que exhibe al presente, igual que un bosque jamás podría
crecer si sólo se compusiera de enredaderas.
Pero olvidémonos de ellos. Non ragionam di lor.
Y vamos a dirigir nuestras miradas a aquellos que merecieron el favor del
ángel. En su mayor parte son gentes extrañas, taciturnas,
solitarias. Pero a pesar de su mutua semejanza están muy lejos de
ser iguales a los que nuestro hipotéticos ángel expulsó.
¿Qué es lo que les ha conducido a dedicar sus vidas a la persecución
de la Ciencia? Difícil es responder a esta cuestión, y puede
que jamás sea posible dar una respuesta categórica. Me inclino
a aceptar con Schopenhauer que uno de los más fuertes motivos que
conduce a las gentes a entregar sus vidas la arte a o la ciencia es la necesidad
de huir de la vida cotidiana con su gris y fatal pesadez, y así desprenderse
de las cadenas de los deseos temporales que se van suplantando en una sucesión
interminable, en tanto que la mente se fija sobre el horizonte del medio
que nos rodea día tras día.
Pero a este motivo negativo debe añadirse otro positivo. La naturaleza
humana ha intentado siempre formar por sí misma una simple y sinóptica
imagen del mundo circulante. En consecuencia, ensaya la construcción
de una imagen que proporcione cierta expresión tangible de lo que
la mente humana ve en la naturaleza. Esto es lo que hacen, cada uno en su
propia esfera, el poeta, el pintor y el filósofo especulativo. Dentro
de este cuadro coloca el centro de gravedad de su propia alma, y en él
quiere encontrar el reposo y equilibrio que no puede hallar dentro del estrecho
círculo de sus agitadas reacciones personales frente a la vida cotidiana.
Entre las diversas imágenes del mundo formadas por el artista, el
filósofo y el poeta ¿qué lugar ocupará la imagen
del físico teórico? Su principal cualidad debe ser una exactitud
escrupulosa y una coherencia lógica que sólo el lenguaje de
las matemáticas puede expresar. Por otra parte, el físico
tiene que ser severo y abnegado respecto al material que utiliza. Debe contentarse
con reproducir los más simples procesos que se ofrecen a nuestra
experiencia sensorial, pues los procesos más complejos no pueden
ser representados por la mente humana con la sutil exactitud y la secuencia
lógica que son indispensables para el físico teórico.
Incluso a expensas de la amplitud tenemos que asegurar la pureza, claridad
y exacta correspondencia entre la representación y la cosa representada.
Al darnos cuenta de que es muy pequeña la parte de la naturaleza
que así podemos comprender y expresar en una fórmula exacta,
mientras tiene que ser excluido todos lo más sutil y complejo, es
natural preguntarse: ¿qué tiempo de atracción puede
ejercer esta obra? ¿Merece el pomposo nombre de imagen del mundo
el resultado de una selección tan limitada?
Creo que sí, pues las leyes más generales sobre las cuales
se construye la estructura mental de la física teórica tienen
que ser derivadas estudiando en la naturaleza incluso los fenómenos
más sencillos. Si son bien conocidos, hay que ser capaz de deducir
de ellos, mediante el razonamiento puramente abstracto, la teoría
de todos los procesos de la naturaleza, incluyendo los de la vida misma.
He querido decir teóricamente, pues en la práctica tal proceso
de deducción está mucho más allá de la capacidad
del razonamiento humano. Por tanto, el hecho de que en la ciencia tengamos
que contentarnos con una imagen incompleta del universo físico no
es debido a la naturaleza del universo, sino más bien a nosotros
mismos.
Así, la labor suprema del físico es el descubrimiento de las
leyes elementales más generales a partir de las cuales puede ser
deducida lógicamente la imagen del mundo. Pero no existe un camino
lógico para el descubrimiento de esas leyes elementales. Existe únicamente
la vía de la intuición, ayudada por un sentido para el orden
que yace tras de las apariencias, y este Einfuehlung se desarrolla por la
experiencia. ¿Es posible, pues, decir que cualquier sistema de física
puede ser igualmente válido y admisible? Teóricamente nada
hay de ilógico en esta idea. Pero la historia del desarrollo científico
enseña que de todas las estructuras teóricas imaginables,
una sola demuestra ser superior a las restantes en cada período por
el que atraviesa el progreso de la ciencia.
Todo investigador que tenga experiencia sabe que el sistema teórico
de la física depende del mundo de la percepción sensorial
y está controlado por él, aunque no exista un camino lógico
que nos permita levarnos desde la percepción a los principios que
rigen la estructura teórica. De todos modos, la síntesis conceptual
que es un trasunto del mundo empírico puede ser reducida a unas cuantas
leyes fundamentales sobre las cuales se construye lógicamente toda
la síntesis. En cualquier progreso importante, el físico observa
que las leyes fundamentales se simplifican cada vez más a medida
que avanza la investigación experimental. Es asombroso ver cómo
de lo que parece ser el caos surge el más sublime orden. Y esto no
puede ser referido al trabajo mental del fisico, sino a una cualidad que
es inherente al mundo de la percepción. Leibniz expresaba adecuadamente
esta cualidad denominándola armonía preestablecida.
Los físicos combaten algunas veces a las filósofos que se
ocupan de las teorías del conocimiento, alegando que estos últimos
no llegan a apreciar completamente este hecho. Yo creo que ésa fue
la base de la controversia entablada hace años entre Ernst Mach y
Max Planck. El último tuvo probablemente la sensación de que
Mach no apreciaba completamente el afán del físico por la
percepción de esta armonía preestablecida. Este afán
ha sido la fuente inagotable de la paciencia y persistencia de que ha hecho
gala Planck al dedicarse a las cuestiones más comunes que surgen
en relación con la ciencia física cuando hubiera podido intentar
otras vías que le condujeron a resultados más atrayentes.
Muchas veces se ha oído que sus compañeros tienen la costumbre
de atribuir esa actitud a sus extraordinarios dones personales de energía
y disciplina. Creo que están en un error. El estado mental que proporciona
en este caso el poder impulsor es semejante al del devoto o al del amante.
El esfuerzo largamente prolongado no es inspirado por un plan o propósito
establecido. La inspiración surge de un hambre del alma.
La obra de Max Planck ha dado al progreso de la ciencia uno de los más
poderosos impulsos. Sus ideas serán útiles en tanto que persista
la ciencia física. Y espero que el ejemplo que brota de su vida nos
será menos útil para las próximas generaciones de científicos.
Tomado del libro: ¿A donde va la ciencia? de Max Planck
del prefacio escrito por Albert Einstein.