Por: Marcelino
Cereijido | Sección Opinión
Miércoles 20 de Junio de 2007 | Hora de publicación: 03:15
John Kenneth Galbraith opinaba: ?Antiguamente la diferencia entre el rico
y el pobre dependía del dinero que tenían en el bolsillo; hoy
los diferencian el tipo de ideas que tienen en la cabeza?. La ciencia divide
a la humanidad en un primer mundo que tiene ciencia, inventa, decide, posee,
impone, y un tercer mundo que se hunde en el más negro analfabetismo
científico, porque produce, viaja, se comunica, se cura y se mata con
aparatos, redes, medicamentos y armas que inventaron los del primero.
El analfabeta científico padece una desgracia adicional. Si a un pueblo
le faltan alimentos, agua, medicamentos, su gente señala el déficit
con toda exactitud, pero si le falta ciencia no puede entenderlo ni imaginar
de qué le serviría. Sería como esperar que un indígena
muriendo de avitaminosis entienda el papel del ácido pantoténico.
En realidad es peor, pues el indígena no pretende saber de vitaminas,
en cambio el analfabeta científico cree que sabe muy bien qué
es la ciencia, dado que una divulgación científica de excelente
nivel, pero imperfecta, lo fue apantallando con portentos (¿sabía
usted que si una persona saltara como una pulga, podría saltar la Torre
Latinoamericana?). Quién convence a un gobernante del tercer mundo
de que los científicos no coleccionamos rarezas, sino que buscamos
regularidades para destilar las leyes con que funciona la realidad. ¿Acaso
la manera de interpretar la realidad puede cambiar la vida diaria del desempleado
con la panza vacía? Por supuesto. Y dado que un coche es tan parte
de la realidad como los anillos de Saturno, para hacer más accesible
mi argumento, supondré que se ha descompuesto y hay dos mecánicos.
El primero, con una manera de interpretar la realidad "a la católica"
le pega un retrato de San Divieto di Sosta, e invita al cliente a rezarle
para que
componga su carcacha. El segundo, con una manera de interpretar la realidad
"a la científica", recurre a la mecánica. Si el ejemplo
resulta demasiado irreal, reemplacemos al primer mecánico con obreros
rogándole a un santo que les consiga trabajo, y en lugar del mecánico
"a la científica" imaginemos cámaras empresariales
que recurren a universidades y centros de investigación, financian
proyectos y establecen becas para que se desarrollen sustitutos locales y
especialistas en disciplinas de las que dependen sus industrias, así
su realidad no se la tienen que explicar los del primer mundo.
Toda especie depende crucialmente de "interpretar" eficientemente
la realidad que habita. Si una polilla no interpretara que esto es madera
y no mármol, se extinguiría. Biológicamente hablando,
importa poco si esa interpretación es o no consciente; la conciencia
es una recién llegada al planeta. El ser humano no es excepción.
Sus maneras de interpretar la realidad han ido evolucionando desde los ancestrales
animismos, politeísmos y monoteísmos, hasta dar en los últimos
siglos con la manera que caracteriza la ciencia moderna, que consiste en hacerlo
sin recurrir a milagros, revelaciones, dogmas ni al principio de autoridad.
Justamente nuestra sociedad no desarrolla esta manera indispensable de interpretar
la realidad, ni capta la urgencia de hacerlo.
Hace unos cuarenta años, una comunidad científica mexicana pujante
se lanzó a desarrollar la ciencia en el nivel institucional. Creó
becas, donativos, sistemas de investigadores. Pero en cuanto estas instituciones
alcanzaron cierta visibilidad, fueron pasto para funcionarios de un apabullante
analfabetismo científico, para quienes la realidad tiene una única
variable: la económica.
La actividad científica depende de epistemologías, métodos
y una sociología científica propias de nuestra profesión.
Prueba de que sabemos cómo manejarnos, es que nuestros artículos
aparecen en las mejores revistas internacionales y nuestros sabios figuran
en las mejores universidades del mundo. Para compararse, un empresario mexicano,
debería producir aviones, cámaras y automóviles capaces
de competir en el mercado internacional con los Boeing, Nikon y Mercedes.
Pero hoy el Estado mexicano trata de remplazar las prácticas propias
de la ciencia con la versión administrativa del analfabetismo científico.
En primer lugar viene desquiciando la tarea científica con medidas
que parecen diseñadas ex profeso para hundir nuestra sociedad en la
más negra dependencia y miseria. Mencionemos algunas. Si graficáramos
la producción científica de cualquier sabio de la historia,
desde Galileo a Feynman, veríamos que jamás describen una recta
continua. Pero nuestros administradores exigen dicha regularidad a nuestra
comunidad, con el resultado de que los investigadores se tienen que refugiar
en una investigación achatada, predictible, propia de la producción
de ropas y salchichas, y rara vez se animan a embarcar en proyectos creativos
y profundos. El burócrata exige saber qué estaremos haciendo
en el segundo cuatrimestre del tercer año del proyecto. Si hay una
actividad humana que depende del descubrimiento y la creatividad, esa es la
investigación científica.
Hoy en México el problema científico más importante no
lo plantea la interpretación de la realidad, sino el analfabetismo
científico de sus administradores. Si funcionarios e investigadores
no detectan estas cosas, no doy dos centavos por su cerebro. Si las detectan
y callan no doy dos centavos por su honestidad.
Un gobernante lúcido creó un Consejo Consultivo de Ciencias
(CCC) para que México se apoyara en el consejo de sus sabios, como
lo hace todo país de primer mundo. Pero luego un funcionario econometrista
primero lo esterilizó intelectual y económicamente y luego,
contraponiendo su analfabetismo científico con la opinión de
lo más granado de la ciencia mexicana, convirtió el CCC en poco
menos que vestigio decorativo, semejante a comprar libros de lomo dorado para
decorar la sala. Otra muestra, más dañina si la hay, es que
los investigadores no contamos con un crédito científico para
solventar los proyectos. Otra: ya es casi un latiguillo pedirnos que formemos
jóvenes, pero luego no permitirles solicitar equipos para trabajar,
impedirles que se integren en equipos, porque luego al burócrata le
será difícil evaluarlo, etc. Otra perla: el trabajo científico
requiere de técnicos y los estábamos formando. Pero hoy deben
regirse por normas laborales pactadas entre administradores analfabetas y
representantes sindicales, acaso con el sólo propósito de evitar
una huelga incipiente, que poco tienen que ver con el talento, la habilidad
y la dedicación que nuestra gente ya había dado sobradas muestras
de tener. Hoy sus "logros" son los horarios elásticos, antojadizos,
vacaciones intempestivas y fraccionables en cuantos lunes sea necesario.
Los funcionarios suelen exclamar: "Ahora tenemos problemas graves y urgentes
pero, ni bien los resolvamos, apoyaremos a la ciencia". Así es,
mientras el primer mundo se apoya en la ciencia, nosotros seguimos hablando
de apoyar a la ciencia. A los científicos nos cae como si uno no se
hiciera operar de la vesícula porque tiene cálculos, sino para
apoyar a su médico. La ciencia mexicana pasó de manos de la
comunidad científica, a las de tenedores de libros, y algunos colegas
tratan de desmentirme asegurando que las normas ya nos llegan pre-fabricadas
por las agencias internacionales.
Parte de nuestro futuro depende de conseguir la sensatez necesaria para recorrer
el camino inverso. Hoy se impone una campaña nacional para erradicar
el analfabetismo científico, sobre todo el de Estado. Pero alarma que
ninguna universidad estudie el fenómeno ni lo reconozca como plaga.
Mucho me temo que la desesperanza esté hundiendo a la comunidad en
cierta irresponsabilidad, pues asistimos impávidos cuando un funcionario-analfabeta-científico
pontifica sobre básica/aplicada, competencia, competitividad y desvía
fondos para problemas nacionales, que lo son en la medida en que él
espera resolverlos, a golpes burocráticos, pero sin conocimiento experto.
Nadie denostaría a un analfabeta común, a quien la pobreza o
la extracción social le vedaron el acceso al saber leer y escribir.
Análogamente debemos ser extremadamente respetuosos con el analfabeta
científico, ponernos de su lado, para enseñarle qué es
la ciencia y cómo se usa, sin arriesgar a que estos señalamientos
técnicos se transformen en banderas políticas, en cuyo caso
la suerte de la ciencia mexicana estaría echada. Curarse del analfabetismo
científico sería un primer paso hacia el aprender cómo
apoyarse en la ciencia.
*Profesor Titular del Departamento de Fisiología, Biofísica y Neurociencias del Cinvestav
*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República (CCC)
consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx